Monday, November 11, 2019

Cada caravana, aunque casi iguales en su forma de llevarse acabo, crean historias únicas, y ¡nuestra caravana mas reciente a Lázaro Cárdenas, Michoacán no fue la excepción!


Estos dos hombres, al parecer amigos o familiares, llegaron a la caravana después de la comida.  El paciente, el de la camisa amarilla, no podía caminar por su propia cuenta y requirió del apoyo, no sólo de su bastón y de su acompañante, pero también de varios de nuestros voluntarios para poder moverse de registro a signos vitales y luego al médico.  Estaba respirando con dificultad y sólo hablaba cuando fuera necesario.  Tengo que admitir aquí, y de una vez, mi falta de fe.  Cuando los vi, pensé:  “Estos hombres nunca van a aceptar a Cristo.”  (Aún nosotros, como misionerios, nos falta mucho por crecer.)  Sus rostros, llenos de dureza y de enojo, jamás dejaron escaper ni una sonrisa.  

Como con todos nuestros pacientes, después de su cita médica, y mientras esperaban que su receta fuera surtida, los hombres pasaron un rato con uno de nuestros evangelistas, Aurelia.  Los vi allí sentados y, de nuevo, pensé:  “De veras que no creo que acepten a Cristo.”

Luego, un obstáculo, además de lo que yo creía ser corazones endurecidos, se presentó.  Un vehículo estaba bloqueando la entrada de la iglesia y era necesario moverlo.  Así que, empezamos a buscar el dueño del carro.  Cualquier esperanza que yo haya tenido para su salvación de estos hombres, se desapereció cuando vi que el dueño era el amigo del paciente de la camisa amarilla.  Se levantó del área de evangelismo para ir a mover su carro.  Aún con mi lucha de creer que pudieran ser salvos, yo le seguí con el objetivo de asegurar que regresara a donde Aurelia les había estado compartiendo del Evangelio. 

Ya que me aseguré que había tomado su asiento de vuelta con Aurelia en el área de evangelismo, me volví a hacer otras actividades.  A los poco minutos, al pasar por el mismo salón, miré y vi a los DOS hombres con sus cabezas agachadas y ojos cerrados, orando para aceptar a Jesucristo como su Señor y Salvador.  Rápidamente, saqué su foto.  Otra paciente me vio tomar la foto y me dijo:  “¡No rompas tu cámara tomando SU foto!”  Para entonces, mi fe había crecido un poco y respondí:  “Mientras que estos hombres lleguen al Cielo, la rotura de mi cámara habrá valido la pena.”


El siguiente día, por la tarde, vi a un hombre llegar a la caravana.  Literalmente tuve que mirar dos veces ¡porque no lo podía creer!  ¡Era el mismo hombre de la camisa amarilla del día anterior!  ¡El mismo hombre, pero, a la vez, otro hombre totalmente diferente!  Andaba en ropa limpia, caminaba con solamente su bastón, sin mayor ayuda.  ¡Una sonrisa radiaba en su rostro mientras saludaba a todos los que encontraba!

¡Mi alma se regocijó!  Mi incredulidad encontró arrepentimiento.  Mi fe fue fortalecida.  Y yo sabía que tenía un nuevo hermano en Cristo.

¡Mi incredulidad se volvió en fe por medio de la fe de estos hombres!

Cada caravana, aunque casi iguales en su forma de llevarse acabo, crean historias únicas, y ETERNAS, y ¡nuestra caravana mas reciente a Lázaro Cardenas, Michoacán no fue la excepción!  ¡Alabado sea el Señor!



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